CARTA DE UNA HIJA ARREPENTIDA


Querida Mami:

Perdón por todas las noches en las que te desvelé para contarte algún chisme o para comentarte que me parecía que la canilla del lavadero perdía, para que me traigas agua o para reflexionar sobre si me convenía estudiar comunicación o una carrera con futuro o ser actriz o cantante o irme a vivir al campo aunque sabía que te tenías que levantar a las seis.

Perdón por nunca haber lavado mi ropa.

Perdón por llamarte neurótica, loca y exagerada cada vez que decías que no te alcanzaba la plata o cuando te ponías a barrer a las once de la noche porque yo había embarrado todo con las zapatillas.

Perdón por siempre comerme la última porción de pizza, la última empanada y la última factura.

Perdón por pedirte que me trajeras medias y bombachas aunque estuvieras todo el día trabajando en el centro y salieras tardísimo de la oficina.

Perdón por decirte que lo que habías cocinado estaba medio feo aunque te habías pasado una hora y media rebanando zapallitos.

Perdón por nunca haber hecho la cola en el pago fácil y no apagar las luces que no utilizaba.

Perdón por cambiar de planes cada 10 minutos y desorganizarte la vida.

Perdón por todas las veces que no te avisé que llegaba tarde.

Perdón por quunca jamás haber vaciado el mate ni enjuagado un vaso.

Perdón por dejar el shampoo destapado chorreando todos los días porque “total después te bañás vos”.

Perdón por decirte que “es mi cuarto y si quiero lo dejo hecho un quilombo”.

Perdón por cambiarte de canal cuando estabas viendo.

Perdón por pedirte cosas para emprender nuevos hobbies y después olvidarme y dejar todo tirado (el uniforme de hockey, las zapatillas de ballet, la raqueta de tenis, la malla de natación, el juego de ajedrez, el skate y los óleos).

Perdón por nunca haber cambiado el rollo de papel higiénico ni mucho menos el de cocina.

Perdón por haber quemado la pava por dejarla hirviendo 45 minutos y por haber arruinado el teclado de tu PC al volcarle una taza de café.

Perdón por todas las veces que te grité irritada “No hay queso rallado” y “Se terminó la  gaseosa”.

Perdón por nunca haber desocupado el baño.

Perdón.

Te quiero.

Ahora entiendo.

Tu hija,

Elen

P.D: Lo hacías porque me querés, ¿no?

CANCION DE LA PAZ


Es hora ya de que guardemos los fusiles
y que lanzemos flores en ves de proyectiles.
Que un abrazo de amor todos nos demos
y que las armas destructoras enterremos.
No mas balas…ni bombas…ni misiles.

No más muertes por causa de metralla
ni por terrorismo, ni en campos de batalla.
usemos como armas la filantropía
un NO bien alto…gritemos a la Guerra
y hagamos un puente de paz y armonía.

Compartamos el pan de cada día
con aquellos a quien nunca llega el pan,
y pensemos en aquellos… que en agonía
por causa de las guerras mutilados están.

Unamos nuestros pechos como hermanos
y todos como amigos démosno las manos.
Cultivemos con amor la flor de la amistad…
y de ese amor construyamos un haz
que nos una con lazos de hermandad
y entonces así juntos brindemos por LA PAZ.

Marchemos unidos en una sola fila
en contra de la guerra que a todos aniquila.
No mas muertes causadas, por balas asesinas
ni cuerpos mutilados tirados en las esquinas.

Forjemos más maestros y hagamos más escuelas
y demos a los niños mas libros y acuarelas.
Mantengamos la fe… recemos en vigilia
haciendo del mundo una sola familia.
y mostremos al mundo de lo que es capaz
la fuerza de un pueblo cuando quiere la paz.

LA MUÑECA


 

En una noche de invierno

Una niña pordiosera

Con los pies casi desnudos

Y las manecitas yertas,

Cubriendo a modo de manto

Con su falda la cabeza,

Y sin temor a la lluvia

Que cada vez más arrecia,

Contempla extasiada y triste

El interior de una tienda,

Que por su gusto en juguetes

Es de todas la primera.

¿Qué haces ahí?

Le pregunta con voz desabrida y seca un dependiente,

empujando a la niña hacia la acera,

déjeme usted, es que estaba mirando esa muñeca.

Ah, ya, retírate pronto Y deja libre la puerta.

¿Dígame usted… ¿cuesta mucho?

¿Quieres marcharte chicuela?

Será muy cara, ¿verdad?

¡Lo que es que si yo pudiera! Los demonios con la chica

Pues no puede comprarla ella.

¡Lárgate a pedir limosna!

La muñeca que te gusta cuesta un duro, conque fuera!

Marchóse la pobrecita

Ocultando su tristeza.

En vano pide limosna,

Ninguno escucha sus quejas

Y desfallecida y triste,

Cruza calles y plazuelas

Recordando en su amargura

La tentadora muñeca.

Caballero, una limosna

A esta pobrecita huérfana,

¡Quítate que voy de prisa!

¡Por Dios, señor, aunque sea un céntimo tengo hambre…

¡Pobre niña! ¡Me das pena! ¡Toma!

pero señor, si es un duro!

no le hace, te lo doy para que tengas

esta noche buena cama y buena cena!

deje usted que le bese la mano!

quita chicuela,

un duro, estoy contenta, ¡No Será falso! ¿Verdad?

¿Cómo muchacha, tú piensas?

No señor, dispense usted!

Pero, vamos, la sorpresa…

¡Si me vuelvo loca de alegría!

Que Dios le premie en el mundo

Y le dé la gloria eterna

Y apretando entre sus manos

Convulsiva la moneda,

Corrió por las calles abajo

Veloz como una saeta.

Otro día se comentaba en la prensa

El hecho de haber hallado

En el quicio de una puerta,

El cadáver de una niña

Abrazada a una muñeca.

Solo tengo 17 años


 

El día de mi muerte fue tan común como cualquier otro día de mis estudios escolares. Hubiera sido mejor que me hubiera regresado como siempre en el autobús, pero me molestaba el tiempo que tardaba en llegar a casa.

Recuerdo la mentira que le conté a mamá para que me prestara su automóvil; entre los muchos ruegos y súplicas, dije que todas mis amigas manejaban y que consideraría como un favor especial si me lo prestaba.

Cuando sonó la campana de las 2:30 de la tarde para salir de clases, tiré los libros al pupitre porque estaría libre hasta el otro día a las 8:40 de la mañana.Corrí eufórica al estacionamiento a recoger el auto, pensando sólo en que iba a manejar a mi libre antojo.

¿Cómo sucedió el accidente?, eso no importa.

Iba corriendo con exceso de velocidad me sentía libre y gozosa disfrutando del correr del auto.

Lo último que recuerdo es que rebasé a una anciana, pues me desesperó su forma tan lenta de manejar.

Oí el ensordecedor ruido del choque y sentí un tremendo sacudimiento. Volaron fierros y pedazos de vidrio por todas partes, sentía que mi cuerpo se volteaba al revés y escuché mi propio grito.

De repente desperté, todo estaba muy quieto y un policía estaba parado junto a mí, también vi un doctor.

Mi cuerpo estaba destrozado y ensangrentado, con pedazos de vidrio encajados por todas partes; cosa rara, no sentía ningún dolor.

¡Hey, no me cubran la cabeza con esta sábana! no estoy muerta. Sólo tengo 17 años, además tengo una cita por la noche, tengo que crecer y gozar una vida encantadora, ¡no puedo estar muerta!

Después me metieron en una gaveta. Mis padres tuvieron que identificarme, lo que más me apenaba es que me vieran así, hecha añicos.

Me impresionaron los ojos de mamá cuando tuvo que enfrentarse a la más terrible experiencia de su vida. Papá envejeció de repente cuando le dijo al encargado del anfiteatro: «Sí, ése es mi hijo».

El funeral fue una experiencia macabra; vi a todos mis parientes y amigos acercarse a la caja mortuoria; uno a uno fueron pasando con los ojos entristecidos.

Algunos de mis amigos lloraban, otros me tocaban las manos y sollozaban al alejarse.

¡Por favor, que alguien me despierte! Sáquenme de aquí, no aguanto ver inconsolables a papá y mamá; la aflicción de mis abuelos apenas les permite andar; mis hermanas y hermanos parecen muñecos de trapo.

 Pareciera que todos están en trance, nadie quiere creerlo; ni yo misma.

 Por favor, no me pongan en esa fosa! Te prometo, Dios mío, que si me das otra oportunidad seré la más cuidadosa del mundo, sólo quiero otra oportunidad más.

 ¡Por favor, Dios Mío, sólo tengo 17 años!

LA MUCHACHA EBRIA


Este lánguido caer en brazos de una desconocida,
esta brutal tarea de pisotear mariposas y sombras y cadáveres;
este pensarse árbol, botella o chorro de alcohol,
huella de pie dormido, navaja verde o negra;
este instante durísimo en que una muchacha grita,
gesticula y sueña por una virtud que nunca fue la suya.

Todo esto no es sino la noche,
sino la noche grávida de sangre y leche
de niños que se asfixian,
de mujeres carbonizadas
y varones morenos de soledad
y misterioso, sofocante desgaste.

Sino la noche de la muchacha ebria
cuyos gritos de rabia y melancolía
me hirieron como el llanto purísimo
como las náuseas y el rencor,
como el abandono y la voz de las mendigas.

Lo triste es este llanto, amigos, hecho de vidrio molido
y fúnebres gardenias despedazadas en el umbral de las cantinas
llanto y sudor molidos, en que hombres desnudos, con sólo negra barba
y feas manos de miel se bañan sin angustia, sin tristeza:
llanto ebrio, lágrimas de claveles, de tabernas enmohecidas,
de la muchacha que se embriaga sin tedio ni pesadumbre,
de la muchacha que una noche
y era una santa noche me entregara su corazón derretido,
sus manos de agua caliente, césped, seda,
sus pensamientos tan parecidos a pájaros muertos,
sus torpes arrebatos de ternura,
su boca que sabía a taza mordida por dientes de borrachos,
su pecho suave como una mejilla con fiebre,
y sus brazos y piernas con tatuajes,
y su naciente tuberculosis,
y su dormido sexo de orquídea martirizada.

Ah, la muchacha ebria, la muchacha del sonreír estúpido
y la generosidad en la punta de los dedos,
la muchacha de la confiada, inefable ternura para un hombre,
como yo, escapado apenas de la violencia amorosa.

Este tierno recuerdo siempre será una lámpara frente a mis ojos,
una fecha sangrienta y abatida.

¡Por la muchacha ebria, amigos míos!
EFRAIN HUERTA

AUTORRETRATO


Nací en Cuba. El sendero de la vida
Firme atravieso, con ligero paso,
Sin que encorve mi espalda vigorosa
La carga abrumadora de los años.

Al pasar por las verdes alamedas,
Cogido tiernamente de la mano,
Mientras cortaba las fragantes flores
O bebía la lumbre de los astros,

Vi la Muerte, cual pérfido bandido,
Abalanzarse rauda ante mi paso
Y herir a mis amantes compañeros,
Dejándome, en el mundo, solitario.

¡Cuán difícil me fue marchar sin guía!
¡Cuántos escollos ante mí se alzaron!
¡Cuán ásperas hallé todas las cuestas!
Y ¡cuán lóbregos todos los espacios!

¡Cuántas veces la estrella matutina
Alumbró, con fulgores argentados,
La huella ensangrentada que mi planta
Iba dejando, en los desiertos campos,

Recorridos en noches tormentosas,
Entre el fragor horrísono del rayo,
Bajo las gotas frías de la lluvia
Y a la luz funeral de los relámpagos!

Mi juventud, herida ya de muerte,
Empieza a agonizar entre mis brazos,
Sin que la puedan reanimar mis besos,
Sin que la puedan consolar mis cantos.

Y al ver, en su semblante cadavérico,
De sus pupilas el fulgor opaco
–Igual al de un espejo en bruñido–,
Siento que el corazón sube a mis labios,
Cual si en mi pecho la rodilla hincara
Joven titán de miembros acerados.

Para olvidar entonces las tristezas
Que, como nube de voraces pájaros
Al fruto de oro entre las verdes ramas,
Dejan mi corazón despedazado,
Refúgiome del Arte en los misterios
O de la hermosa Aspasia entre los brazos.

Guardo siempre, en el fondo de mi alma,
Cual hostia blanca en cáliz cincelado,
La purísima fe de mis mayores,
Que por ella, en los tiempos legendarios,
Subieron a la pira del martirio,
Con su firmeza heroica de cristianos,
La esperanza del cielo en las miradas
Y el perdón generoso entre los labios.

Mi espíritu, voluble y enfermizo,
Lleno de la nostalgia del pasado,
Ora ansía el rumor de las batallas,
Ora la paz de silencioso claustro,
Hasta que pueda despojarse un día
–Como un mendigo del postrer andrajo–,
Del pesar que dejaron en su seno
Los difuntos ensueños abortados.

Indiferente a todo lo visible,
Ni el mal me atrae, ni ante el bien me extasío,
Como si dentro de mi ser llevara
El cadáver de un Dios, ¡de mi entusiasmo!

Libre de abrumadoras ambiciones,
Soporto de la vida el rudo fardo,
Porque me alienta el formidable orgullo
De vivir, ni envidioso ni envidiado,
Persiguiendo fantásticas visiones,
Mientras se arrastran otros por el fango
Para extraer un átomo de oro
Del fondo pestilente de un pantano.

JULIAN DEL CASAL

La agonía de petronio


 
Julián del Casal
Tendido en la bañera de alabastro
donde serpea el purpurino rastro
de la sangre que corre de sus venas,
yace Petronio, el bardo decadente,
mostrando coronada la ancha frente
de rosas, terebintos y azucenas.

Mientras los magistrados le interrogan,
sus jóvenes discípulos dialogan
o recitan sus dáctilos de oro,
y al ver que aquéllos en tropel se alejan
ante el maestro ensangrentado dejan
caer las gotas de su amargo lloro.

Envueltas en sus peplos vaporosos
y tendidos los cuerpos voluptuosos
en la muelle extensión de los triclinios,
alrededor, sombrías y livianas,
agrúpanse las bellas cortesanas
que habitan del imperio en los dominios.

Desde el baño fragante en que aún respira,
el bardo pensativo las admira,
fija en la más hermosa la mirada
y le demanda, con arrullo tierno,
la postrimera copa de falerno
por sus marmóreas manos escanciada.

Apurando el licor hasta las heces,
enciende las mortales palideces
que oscurecían su viril semblante,
y volviendo los ojos inflamados
a sus fieles discípulos amados
háblales triste en el postrer instante,

hasta que heló su voz mortal gemido,
amarilleó su rostro consumido,

frío sudor humedeció su frente,
amoratáronse sus labios rojos,
densa nube empañó sus claros ojos,
el pensamiento abandonó su mente.

Y como se doblega el mustio nardo,
dobló su cuello el moribundo bardo,
libre por siempre de mortales penas
aspirando en su lánguida postura
del agua perfumada la frescura
y el olor de la sangre de sus venas.

“ NO CULPES A NADIE “


 

Nunca te quejes de nadie, ni de nada,

porque fundamentalmente tu has hecho lo que querías en tu vida.

 Acepta la dificultad de edificarte a ti mismo y el valor de empezar corrigiéndote. El triunfo del verdadero hombre surge de las cenizas de su error.

Nunca te quejes de tu soledad o de tu suerte, enfréntala con valor y acéptala. De una manera u otra es el resultado de tus actos y prueba que tu siempre has de ganar.

No te amargues de tu propio fracaso ni se lo cargues a otro, acéptate ahora o seguirás justificándote como un niño. Recuerda que cualquier momento es bueno para comenzar y que ninguno es tan terrible para claudicar.

No olvides que la causa de tu presente es tu pasado así como la causa de tu futuro será tu presente.

Aprende de los audaces, de los fuertes, de quien no acepta situaciones, de quien vivirá a pesar de todo, piensa menos en tus problemas y más en tu trabajo y tus problemas sin eliminarlos morirán.

Aprende a nacer desde el dolor y a ser más grande que el más grande de los obstáculos, mírate en el espejo de ti mismo y serás libre y fuerte y dejarás de ser un títere de las circunstancias porque tu mismo eres tu destino.

Levántate y mira el sol por las mañanas y respira la luz del amanecer.

Tú eres parte de la fuerza de tu vida, ahora despiértate, lucha, camina, decídete y triunfarás en la vida: nunca pienses en la suerte, porque la suerte es: pretexto de los fracasados.

Pablo Neruda.

LA CASADA INFIEL


 Yo que yo  me la llevé al río

creyendo que era mozuela,

pero tenia marido.

Fue la noche de Santiago

y casi por compromiso.

Se apagaron los faroles

y se encendieron los grillos.

En las últimas esquinas

toqué sus pechos dormidos,

y se me abrieron de pronto

como ramos de jacintos.

El almidón de su enagua

me sonaba en el oído

como una pieza de seda

rasgada por diez cuchillos.

Sin luz de plata en sus ropas

los árboles han crecido

y un horizonte de perros

ladran muy lejos al río.

Pasadas las zarzamoras

los juncos y los espinos,

bajo su mata de pelo

hice un hoyo sobre el limo.

Yo me quite la corbata.

Ella se quito el vestido.

Yo el cinturón con revólver.

Ella sus cuatro corpiños.

Ni nardos ni caracolas

tiene el cutis tan fino,

ni los cristales con luna

relumbran con ese brillo.

Sus muslos se me escapaban

como peces sorprendidos,

la mitad llenos de lumbre,

la mitad llenos de frío.

Aquella noche corrí

el mejor de los caminos,

montado en potra de nácar

sin bridas y sin estribos.

No quiero decir, por hombre

las cosas que ella me dijo.

La luz del entendimiento

me hace ser muy comedido.

Sucia de besos y arena

yo me la lleve al río.

Con el aire se batían

las espadas de los lirios.

Me porté como quien soy.

Como gitano legítimo.

Le regalé un costurero

grande, de raso pajizo.

Y no quise enamorarme 

porque teniendo marido,

me dijo que era mozuela

cuando la llevaba al río.

                                                                                         Federico García Lorca.

 

YO NO SOY DEMASIADO SABIO


Yo no soy demasiado sabio para negarte,

Señor; encuentro lógico tu existencia divina;

me basta con abrir los ojos para hallarte;

la creación entera me convida a adorarte,

y te adoro en la rosa y te adoro en la espina.

¿Qué son nuestras angustias para querer por

argüirte de cruel? ¿Sabemos por ventura

si tú con nuestras lágrimas fabricas las estrellas,

si los seres mas altos, si las cosas mas bellas

se amasan en el noble barro de la amargura?

Esperamos, suframos, no lancemos jamás

a lo invisible nuestra negación como un reto.

Pobre criatura triste, ¡ya verás, ya verás!

La muerte se aproxima… ¡De sus labios oirás

el celeste secreto!

                                                                                 

  Amado Nervo.  

ENCUENTRO


Hola…

Por fin te encuentro en mi camino.
Ha mucho tiempo ya que te buscaba.
¡Que has hecho de mi vida y de la tuya?

¡Respóndeme malvada¡

¿Por qué dejaste abandonado el nido
cuando mas tu calor necesitaba?

Como escapaste aquella noche fría,
en que espere con ansia a que volvieras
antes de extinguirse
el calor de tu cuerpo entre las sabanas…

Aquella noche que empezó con duda
y termino con rabia.
¡Alza la vista¡ ¡veme fijamente¡
¡Mírame cara a cara¡

Ya la niña murió, murió en mis brazos,
y al morir te llamaba…

¡No vayas, indiscreta, a preguntarme
en donde esta enterrada¡
Tiene una tumba entre otros niños muertos,
con una cruz muy blanca..

Que no se te vaya a ocurrir llevarle flores.
¡Que nunca se te ocurra profanarla¡
Pudiera suceder si tal tú hicieras
que se abriera la tierra y te tragara.

¡Ah¡ que castigo por muy cruel que fuese
podría borrar tu falta.
No encuentro uno lo bastante cruel,
no encuentro uno que me satisfaga.

Seria preciso…que yo fuera…lumbre,
que pudiera envolverte en una llama
y que fueras ardiendo por el mundo
como una antorcha humana.

Seria preciso que yo fuera nube
que te llevara a una región muy alta,
y al dejarte caer desde la altura
que en un montón de espinas te clavaras.

Yo quisiera ser ave de rapiña,
buitre, cóndor o águila,
y sacarte los ojos con el pico
y el corazón sacarte con las garras.

Seria preciso que yo fuera rió,
que en mi profundo cauce te ahogaras,
que tu cadáver en vaivén macabro
en mis hondas flotara,
y que fuera azotándolo mi furia
de cascada en cascada,
hasta arrojarlo sobre alguna orilla
en donde algún chacal te devorara.
 JULIO SESTO

LAS ABANDONADAS


¡Como me dan pena las abandonadas,
que amaron creyendo ser también amadas,
y van por la vida llorando un cariño,
recordando un hombre y arrastrando un niño!…

¡Como hay quien derribe del árbol la hoja
y al verla en el suelo ya no la recoja,
y hay quien a pedradas tire el fruto verde
y lo eche rodando después que lo muerde!

¡Las abandonadas son fruta caída
del árbol frondoso y alto de la vida;
son, mas que caída, fruta derribada
por un beso artero como una pedrada!

Por las calles ruedan esas tristes frutas
como maceradas manzanas enjutas,
y en sus pobres cuerpos antaño turgentes,
llevan la indeleble marca de unos dientes….

Tienen dos caminos que escoger: el quicio
de una puerta honrada o el harem del vicio;
¡ y en medio de tantos, de tantos, de tantos rigores,
aun hay quien a hablarles se atreve de amores!

Aquellos magnates que ampararlas pueden,
mas las precipitan para que más rueden,
¡ y hasta hay quien se vuelva su postrer verdugo
queriendo exprimirlas si aun les queda jugo!

Las abandonadas son  como el bagazo
que alambica el beso y exprime el abrazo;
si aun les queda zumo, lo chupa el dolor;
¡son triste bagazo, bagazo de amor!

Cuando las encuentro me llenan de angustias
sus senos marchitos y sus caras mustias,
y pienso que arrastra su arrepentimiento
un niño que es hijo del remordimiento…

¡El remordimiento lo arrastra algún hombre oculto,
que al niño niega techo y nombre!
Al ver esos niños de blondos cabellos
yo quisiera amarlos y ser padre de ellos.

Las abandonadas me dan estas penas,
por que casi todas son mujeres buenas;
son manzanas secas, son fruta caída
del árbol frondoso y alto de la vida.

No hay quien las ampare, no hay quien las recoja
mas que el mismo viento que arrastra la hoja…
¡Marchan con los ojos fijos en el suelo,
cansadas en vano, de mirar al cielo!

De sus hondas cuitas, ni el señor se apiada,
porque de estas cosas…¡  dios no sabe nada!
y así van las pobres, llorando un cariño,
recordando un hombre y arrastrando un niño.

JULIO SESTO

LA AGONIA DEL BARDO


¡Qué duro, qué amargo recuerdo
quedome de aquella desgracia…
si a solas en ella medito,
aún suelen saltarme las lágrimas!

…Dejé mi chambergo en la percha;
crucé sigiloso la sala;
(hallando la casa en silencio,
me dio una corazonada…)
Alzando la verde cortina,
miré receloso a la estancia
en donde tranquilo, sonriente,
mi amigo el poeta, expiraba.
¡Qué cuadro! La mesa de noche,
en donde hacía guiños la lámpara,
cubierta de drogas acerbas
que no le sirvieron de nada;
con heces de medicamentos,
pocillos, goteros, cucharas,
cucharas que vi que aún tenían
la huella del labio marcada,
de un labio tedioso, pasivo,
que el líquido aquel desdeñara,
de un labio que, ya medio muerto,
sintiendo las drogas amargas,
por ser obediente, sorbía,
por falta de fe, no apretaba,
dejando su hastío en las heces
de aquellas vasijas untadas.
La pobre mujer de mi amigo,
al lado del lecho, espantaba;
los niños también allí junto,
haciendo la escena más agria:
la niña, de tres primaveras,
absorta a los pies de la cama,
asiendo a la madre el vestido
y viéndola fijo a la cara,
y el niño más pequeñuelo, divino,
e irónico ser que no andaba,
cruzando la alfombra, sonriendo,
¡y echando carreras a gatas!

Yo estaba perplejo en la puerta
de aquella tristísima estancia;
no pude, no pude moverme,
¡aquello partíame el alma!
De pronto la faz del enfermo
se puso ojerosa y opaca,
la pobre mujer lanzó un grito:
¡Hijitos, papá se nos marcha!…
Y nada los niños dijeron,
¡decir qué podrían sus ansias
si aún la mayor no entendía
y aún el pequeño no hablaba!
Mas, viendo los dos al enfermo,
en sus inocentes miradas,
qué bien comprendí qué decían
ingenuos: ¡Papá… no te vayas!
Yo quise auxiliarlos entonces
mas vi que mi amigo, con calma,
después de moverse, esforzado,
y como si reaccionara,
tomando la mano a la esposa,
le dijo a intervalos:

                        Amada:

La muerte se acerca… no temas,
no llores, enjuga tus lágrimas,
la muerte de ti tuvo celos,
y viene a pedir que compartas
con ella mi ser, que era tuyo,
mis penas, mis dichas, mis ansias.
La muerte también es mujer:
no riñas con ella, me ama,
verdad que se lleva mi cuerpo
mas queda contigo mi alma,
la muerte va a ser… mi querida,
mas tú sigues siendo la casta
Señora que manda en mi espíritu,
de todo mi amor Soberana.

Yo siento dejarte tan bella,
y siento dejarte enlutada,
y siento dejarte a los hombres
vulgares expuesta mañana,
que van a prender en tu veste
de luto, pasando sus garras…
¡Vampiros de espíritus tristes,
vampiros de carne enlutada!
¡Ah… son las viudas hermosas
manjar con que muchos se sacian;
no sé cómo así la engullen,
no sé… cuando saben a lágrimas…!

¡Cuán vas a extrañar mis caricias;
mis rimas, cuán vas a extrañarlas,
y cuando por mi te pregunten
los niños pasado mañana
¡oh angustia! qué vas a decirles,
qué vas a decirles, cuitada!

¡Los niños!… Acércalos llámalos,
que quiero llevarme grabadas,
a flor de mis frías pupilas
tu cara amorosa y sus caras;
serán en mi tumba dos dijes
mis ojos cerrados, amada!

La pobre mujer aún tenía
oyéndolo hablar, esperanza
mas viendo ponerse por grados
aquellas mejillas más pálidas,
y viendo que aquellas pupilas
tornábanse tristes y vagas,
alzando los ojos al cielo
en son de reproche y plegaria,
¡Dios mío!…-clamó ¿por qué injusto
te llevas el pan de esta casa?
Y el cielo, por toda respuesta,
al bardo inspiró que gritara,
con voz de una angustia infinita,
con voz que los huesos helaba:
¡Qué abismo… me hundo… me hundo,
tus brazos… tus brazos… amada!
Tomolo aquel ángel en brazos;
logró también él abrazarla;
vibraron los nervios de bronce
del lecho vibró el que expiraba:
tomó ella en un beso el aliento
postrero que el bardo exhalara;
quedáronse así un instante
la muerte y la vida enlazadas…
y entonces creí que se oía,
moviendo la oscura ventana,
y como rozando los vidrios,
un suave ruido de alas,
tal cual si pasase por ellos,
en vuelo magnífico, un alma…

¡Oh, cuando yo quise prestarle
socorro a la esposa, se hallaba
opresa en los brazos del muerto,
tal cual si quisiera llevársela!
¡Qué esfuerzo inaudito hice entonces
y cómo he podido arrancarla
al fin de los rígidos brazos
llorosa sin fuerzas y flácida!
Y cuando después de mi esfuerzo
volví hacia el muerto la cara,
lo vi con los brazos en círculo,
cual si me pidiese abrazarla,
y como diciéndome, mudo,
con una sonrisa macabra:
!Si es mía… ¿por qué te la llevas…?
Si es mía por qué me la arrancas…!

La noche llegó a los cristales
muy negra, muy triste, enlutada,
y como una madre amorosa,
fue ella quien trajo a la cámara
el cirio más grande: la luna
un cirio de luces muy blancas.
En tanto, lloraban los niños;
los perros, en torno, aullaban;
la triste mujer, en mis brazos,
lanzaba suspiros con ansias;
el muerto, los brazos en círculo,
sonriendo, la esposa esperaba…
¡Señor! ¿Por qué el muerto reía
en tanto los vivos lloraban?

¡Qué duro, qué amargo recuerdo
quedome de aquella desgracia:
si a solas en ella medito,
aún suelen saltarme las lágrimas!

JULIO SESTO

Mi México de Ayer


 

   Una indita muy chula, tenía su anafre en la banqueta,            

su comal negro y limpio, freía tamales en la manteca             

y gorditas de masa, piloncillo y canela,                            

al salir de mi casa compraba un quinto para la escuela.

   Por la tarde a las calles, sacaban mesas limpias, viejitas,

nos vendían sus natillas, arroz de leche en sus cazuelitas;

rica capirotada, tejocotes en miel

y en la noche un atole tan champurrado que ya no hay de el.

   Estas cosas hermosas, por que yo así las vi,            

ya no están en mi tierra, ya no están más aquí.           

Hoy mi México es bello, como nunca lo fue,           

pero cuando era niño tenía mi México un no sé qué…

   Empedradas sus calles eran tranquilas, bellas y quietas

los pregones rasgaban el aire limpio, vendían cubetas,

tierra palas macetas, la melcocha, la miel,

chichicuilotes vivos, mezcal en penca y el aguamiel.

   Al pasar los soldados salía la gente a mirar inquieta,

hasta el tren de mulitas se detenía oyendo la trompeta.

Las calandrias paraban, sólo el viejito fiel

que vendía azucarillos improvisaba el verso aquel:

   «Azucarillos de a medio y de a real,

para los niños que quieran mercar…»

   Estas cosas hermosas, por que yo así las vi,

ya no están en mi tierra, ya no están más aquí.

Hoy mi México es bello, como nunca lo fue,

pero cuando era niño tenía mi México un no se qué…

Orale Remigio


 

garre sus «tliliches»

y  como de rayo se me va «lescuela», 

pero ya volado que si li hace tarde,

y no sia la cosa que mi lo diguelvan

con estas «josefas «vas a la varilla

y luego ti mercas.

    Pero mita y mita con la «chilpayata»

a  entrarle macizo con lo que ti venga.

A escribir la plana, a ler la letura,

a hacer munchas cuentas.

Ya le dije a  «maistro» que le doy «premiso»

pa arrimarte sobas y darte   tus  felpas,

si te vas de pinta por los tecorrales

o en case  calleja.

    O que …?  ese chipote como jue…? rezando…?

y esa coronita que pareces cura?

y luego ese diente!

no vas a decirme que jue el siñor «maistro «que te dio en la jeta!.

y esos  pantalones??!!…

Valgame la virgen!…    valla con su nana que le ponga un parche , 

y vamos;  Pero rapido!…

Garre sus «tliliches» y como de rayo se me va  «lescuela».

   Pero oime Remigio!….

Tovia es muy temprano.

Y creo que «lescuela» tovia no esta abierta

perate tantito…

pon ahi tus colores y tu silabario,

y ven con tu  «aguelo» pa que lo diviertas.

    Con que ya aprendite  todo el cajoncito?,

diantre de muchacho ,  casi no lo «creiba».

Y luego ya tienes la letra redonda, 

tan clara y  bien hecha?;  Como los huevitos de las (  cucuchitas )

o las piedrecitas , o las matatenas.

ta gueno mi lindo!   Ojalá la virgen nunca lo «premita»

que ti falte escuela.

  » Si halgun dia llegaras a ser licenciado

vente pa tu pueblo con todo y querecia,

el terruño tiene un saborcito a frutas

caen sobre sus pechos  todas las estrellas,

huelen sus caminos a cariño abierto

corre entre sus calles un olor de almendras»

.

   Remigio…. No llores…

Por que si tu  chillas, me «desasociegas»

ya  estate en  silencio,

no guelvo a decirlo. pero alza los ojos tantito siquiera,

 «mijito» de el alma,  alza la cabeza!.

   Pero que  devizo ?. Con que no chillavas !…

 y te tavas riendo!… 

 Vamos  sin verguenza, garre sis «tiliches»

y como de rayo se me va  «lescuela»…

          jose   chavarrieta

LA CAIDA DE LAS HOJAS


 


Cayó como una rosa en mar revuelto…
Y desde entonces a llevar no he vuelto
a su sepulcro lágrimas ni amores.
es que el ingrato corazón olvida,
cuando está en los deleites de la vida,
que los sepulcros necesitan flores.

Murió aquella mujer con la dulzura
de un lirio deshojándose en la albura
del manto de una virgen solitaria;
Su pasión fue más honda que el misterio
vivió como una nota de salterio,
murió como una enferma pasionaria.

Espera, -me decía suplicante-
todavía el desengaño está distante…
no me dejes recuerdos ni congojas;
Aún podemos amar con mucho fuego;
no te apartes de mí, yo te lo ruego;
espera la caída de las hojas…

Espera la llegada de las brumas,
cuando caigan las hojas y las plumas
en los arroyos de aguas entumidas.
Cuando no haya en el bosque enredaderas
y noviembre deshoje las postreras
rosas fragantes al amor nacidas.

Hoy no te vayas, alejarte fuera
no acabar de vivir la primavera
de nuestro amor, que se consume y arde;
Todavía no hay caléndulas marchitas
y para que me llores necesitas
esperar la llegada de la tarde.

Entonces, desplomado en tu cabeza
en mi pecho, que es nido de tristeza,
me dirás lo que en sueños me decías,
pondrás tus labios en mi rostro enjuto
y andarás con un listón de luto
mis manos cadavéricas y frías.

¡ No te vayas por Dios…! Hay muchos nidos
y rompen los claveles encendidos
con un beso sus vírgenes  corolas;
todavía tiene el alma arrobamientos
y se pueden juntar dos pensamientos
como se pueden confundir dos olas.

Deja que nuestras al mas soñadoras,
con el recuerdo de perdidas horas,
cierren y entibien sus alitas pálidas,
y que se rompa nuestro amor en besos,
cual se rompe en los árboles espesos,
en abril, un torrente de crisálidas.

¿ No ves como el amor late y  anida
en todas las arterias de la vida
que se me escapa ya?… Te quiero tanto,
que esta pasión que mi tristeza cubre,
me llevará como una flor de octubre
a dormir para siempre al camposanto.

Me da pena morir siendo tan joven,
porque me causa celo que me roben
este cariño que la muerte trunca.
y me presagia el corazón enfermo
que si en la noche del sepulcro duermo,
no he de volver a  contemplarte nunca.

¡ Nunca…! ¡Jamás…! En mi postrer regazo
no escucharé ya del eco tu paso,
ni el eco de tu voz… ¡Secreto eterno.!
Si dura mi pasión tras de la muerte
y ya no puedo cariñosa verte,
me voy a condenar en un infierno.

¡ Ay, tanto amor para tan breve instante!
¿Por qué la vida, cuanto más amante
es más fugaz? ¿Por qué nos brinda flores,
flores que se marchitan sin tardanza,
al reflejo del sol de la esperanza
que nunca deja de verter fulgores?

¡ No te alejes de mí, que estoy enferma!
Espérame un instante… cuando duerma,
cuando ya no contemples mis congojas…
¡ Perdona si con lágrimas te aflijo!…
– Y cerrando sus párpados, me dijoo:
¡ Espera la caída de las hojas.!

¡ Ha mucho tiempo el corazón cobarde
la olvidó para siempre! Ya no arde
aquel amor de los lejanos días…
Pero ¡ Ay.! A veces al soñarla siento
que estremecen mi ser calenturiento
Sus manos cadavéricas y frías

FERNANDO CELADA

EL BILLETE


 

Una viejecita de alba cabellera, de mirar inquieto,

Ansia que sus ojos ocultar no pueden,

camina despacio por frente a la verja de una casa rica;

cerca de la puerta, bronceada una placa,

de su dueño anuncia la encumbrada talla.

Los ancianos dedos nerviosos oprimen el timbre de acero,

asoma una criada -¡No está el amo en casa!- uraña le dice

cerrando de nuevo y con visible gana la lujosa puerta de la gran morada.

Entre los arriates, sobre un banco, triste, la ancianita espera.

De sus ojos caen, por el césped ruedan luminosas gotas

que el sol mañanero de iris colorea.

Una brisa tenue de aromado vuelo agita las hebras con la sabia muerta de su blanco pelo,

al pasar le deja tropel de recuerdos que estremecen todo su pequeño cuerpo.

De pronto, en la calle, se cimbra un carruaje

viene un caballero de orgullosa estampa, continente altivo,

en sus manos lleva con cintas y flores paquetes de varios estilos y formas,

a su vera corre con saltos alegres, un locuaz chiquillo de amplios ojos verdes.

¡Abuelita!- exclama, ¿por qué no has venido desde aquella tarde en que me contabas la historia del niño que nació muy pobre? Y se hecha en los brazos que tiernos le invitan, y besa la frente que surcaron crueles las luchas y el tiempo.

Pero el caballero, con augusto genio, a la anciana increpa de brusca manera

-¿No te he dicho madre, que nunca me esperes en lugar visible? ¡Qué dirá la gente que al pasar te vea, pensarán mil cosas que no me convienen! Es mejor que vengas cuando ya esté en casa y llames discreta por aquella puerta que es la de los criados, así no te expongas a que mi consorte que es tan delicada, si tiene un disgusto te lo eche en cara.

-Si sólo he venido, contesta la anciana- a ver cómo estaban, hace muchos días que no tengo noticias de ti y de mí nietecito que tanto me extraña, ya me retiraba.

-Puedes ir tranquila de nosotros madre, no nos pasa nada que tu remediaras, y cuídate mucho, no sea que un día de estos vayas a enfermar, y no andes contando esa mala historia que al niño le dices a modo de fábula.

Por ser diez de mayo, toma este billete, y dispensa mucho que esta vez siquiera no pueda invitarte a estar con nosotros el día de las madres, pues tenemos fiesta, y como tú sabes que mis invitados son gente de rango, no estarías contenta ni alternar podrías con ellos un tanto.

-Créemelo hijito, que ni me acordaba que hoy es diez de mayo, en este momento me paso de largo, que tengas muy linda tu fiesta de madres.

Y salió a la calle con pasitos leves, llevando en las manos sin parar, ¡el billete! precio de una ausencia fuerte.

Del viento una ráfaga envolvióla toda, huyeron las lágrimas por los arroyuelos de su cara pálida, el viento, vengando la injuria tremenda que un hijo cobarde con regalo infame clavara en el alma de una santa madre, de sus graves manos arrancó el billete sin que la ancianita ni cuenta se diera, remontólo presto por las azoteas, lo llevó a lo alto describiendo al paso caprichosos giros, lo tiró a lo lejos como vil ofensa y a la madre tierna susurró al oído: TÚ, BENDITA SEAS.

En la tumba de mi padre


Poema Soneto

Siempre al azar, como la suerte ordena,
vagaste por el páramo infecundo,
¡pobre rama que el noto furibundo
hizo rodar por la caliente arena!

Ninguno comprendió tu horrible pena
que nunca hablaste de tu mal profundo;
y fue tu adiós al asqueroso mundo
una sonrisa de desprecio llena.

También, padre, se acerca mi partida,
pronto en la nada marcharé a perderme;
y si es un sueño la mundana vida,

sin soñar en la tumba, duerme, duerme;
mientras tu hijo, lleno de quebranto,
tiene con risa que verter su llanto.

 

Soneto de Antonio Plaza

Sin yugos y sin cadenas


Los pobres olemos mal, a sudor y a hierbárajos,
Pero abra un rico en canal, ese si apesta carajo,
Olemos por encimita, pero tenemos decencia,
Pero al rico toditita, le rehiede la conciencia.

Cuando yo digo decencia, no es esa mal entendida,
Si me presta su paciencia, se la dejo bien sabida.
A mi modo de pensar, no es decencia el buen vestir,
Ni andar oliendo a jazmín, ni lo por fuera hermosear.

De que sirve presumir, con trapos caros y finos,
Y saludos repartir, tan falsos y tan ladinos.
Esa es costrita delgada, que se desprende solita,
No aguanta ni una lavada, de agua dulce o saladita.

Por eso al decir decencia, se bien lo que estoy diciendo,
En el alma esta la esencia, no en andar presumiendo.
Mire una mano de obrero o una mano campesina,
Tara vacía de dinero, pero jamás asesina.

Puede mirarlo de frente, y sostener su mirada,
Y podrá decir la gente, ese no ha robado nada.
¿Qué si tenemos derecho?, Eso si hay que discutirlo,
Si nos falta pan y techo, pos vamos a conseguirlo.

Como ahora lo vera, si no es que estoy aturdido,
Las cuestiones andan mal, porque vivimos vendidos.
Aparte de tener penas, ¿Los pobres que mas tenemos?
Kilómetros de cadenas, traemos desde que nacemos.

Y si los ricos tiene pan, abrigo y comodidades,
Por las buenas no las dan, hay que ver las realidades.
Si hay pobres para tirar, y ellos son un puñadito,
Es si como frente al mar, apareciera un charquito.

Nada tenemos que perder, nada que valga la pena,
Solo luchando he de romper, de mis pies estas cadenas.
Creo que ahora si se aclaro, este pensamiento mío,
Lo que el rico nos robo, regresara aunque tardío.

Todo rifle proletario con un buen apuntador,
Debe tener en la mira siempre a algún un explotador,
Y la soga campesina debe estar alrededor,
Del cuello latifundista que asesina al labrador.

Estos e llama justicia, Mírelo de donde lo mire,
Pa´ acabar con la avaricia: Tire, Tire, Tire…

JOSE DE MOLINA

Un caballo blanco


Madre… no me riñas,
que ya nunca vuelvo a ser malo…
No me riñas, madre…
que ya no vuelvo a llenarme de barro.
Madre… no me riñas,
que ya no vuelvo a manchar mi vestido blanco.

Madre…
cógeme en tus brazos…
acaríciame,
ponme en tu regazo…
Anda… Madre mía,
que  ya nunca vuelvo a ser malo.

Así…
     Y arrúllame y cántame… y bésame…
duérmeme… apriétame en tu pecho
con la dulce caricia de tus manos…
anda… madre mía
que ya no vuelvo a llenarme de barro.

Madre…
¿verdad que si ya no soy malo
me vas a comprar
un caballo blanco
y muy grande,
como el de Santiago,
y con alas de pluma,
un caballo que corra y que vuele
y me lleve muy lejos… muy alto… muy alto…

donde nunca pueda
mancharme de barro
mi vestido nuevo,
mi vestido blanco?…

¡Oh, sí madre mía…
cómprame un caballo
grande
como el de Santiago
y con alas de pluma…
un caballo blanco
que corra y que vuele
y me lleve muy lejos… muy alto… muy alto…
que yo no quiero otra vez en la tierra
volver a mancharme de barro

LEON FELIPE